El tiempo, por más que nos empeñemos en decirlo, no puede gestionarse. Se limita a pasar sin que nadie pueda hacer nada para evitarlo. Ahora bien, no hay de qué lamentarse porque nos estimula para aprender a gestionarnos a nosotros mismos, dirigir nuestra VIDA hacia donde queremos y mejorar el modo de organizar nuestras metas y propósitos. Y en este terreno, SÍ tenemos una GRAN influencia.
Existen numerosas estrategias que permiten gestionar nuestra vida y hacer un mejor uso de nuestro tiempo. Aunque muchas puedan parecer obvias, no siempre se aplican. El reto estriba en aprender cuándo emplearlas y, sobre todo, tener la determinación de realizarlas incluso bajo el fuego de la prisa, estrés o procrastinación. Estas son algunas de las estrategias más destacadas por los que hacen una buena gestión de su vida:
Identifican y modifican sus “ladrones del tiempo”
Estas personas buscan pruebas para ver en qué y cómo invierten su tiempo. Registran aspectos como la duración de sus actividades y las compararan con el tiempo que tenían previsto para realizarlas. Con ello, ven detalles que de otra forma les pasarían inadvertidos y plantean inmediatamente soluciones a las variaciones en su gestión.
Mantienen la calma en momentos de mayores exigencias, responsabilidades y estrés
Ignoran los “debería de…”, “tengo que…” porque saben que éstos solo añaden presión. En su lugar, se plantean realmente que “quieren” o “deciden” hacer y se comprometen de forma decidida, centrándose en los pasos a dar, cuándo y dónde comenzarán. Saben que gratificarse a cada paso en lugar de criticarse, favorece la motivación y la consecución del objetivo.
Discriminan muy bien los asuntos importantes de las cuestiones urgentes
Saben que lo que de verdad es urgente, es atender a lo importante. Prestan atención desde el principio a los temas que requieren importancia, más si son urgentes, pero no se paran en cosas que parecen urgentes y no son importantes. Priorizan continuamente, lo que les hace “ganar tiempo” y les libera del estrés. Un ejemplo es distribuir las tareas diarias según la importancia y la urgencia:
Crean un contexto adecuado para ellos
Modifican su entorno para “ponérselo fácil”. Son conscientes que si se interrumpe una tarea, luego cuesta coger el ritmo, como si fuera una cuerda cortada por varios sitios que hay que unir y ve reducida su longitud. Por eso, establecen determinados momentos en los que eviten ser interrumpidos, evitan trabajar con la puerta abierta a todas horas y realizan las actividades menos importantes en periodos con más interrupciones.
Evitan el perfeccionismo
Son conscientes que el tiempo que dedican a una tarea no aumenta la calidad o su valor de forma proporcional y no se detienen en pulir hasta el más mínimo detalle. Detectan cuando la preparación se convierte en procrastinación.
Especifican sus objetivos y actividades críticas
Estas personas tienen muy presente de antemano que, sin un objetivo realista, lo que hagan puede ser muy frustrante. Se concentran en las actividades más críticas, es decir, aquellas que aseguran la mayor parte del resultado final. Procuran no aplazar decisiones importantes; asumen el riesgo de equivocarse y recuerdan que evitar afrontar las situaciones fortalece el miedo, mientras que la acción lo disuelve.
Planifican
Conocen los beneficios de dividir el objetivo en varias etapas o pasos, cada uno con un plazo y un indicador claro de que se ha conseguido. Una variante muy útil es realizarla en sentido inverso, partiendo de la fecha de terminación y programando hacia atrás, marcando los plazos de terminación de cada paso hasta llegar al momento actual.
Desconectan
Desconectar les ayuda a tomar conciencia de lo que hacen, mientras se enriquecen en otras áreas de sus vidas. No se estresan tampoco con esto, entienden que puntualmente la inactividad o “no hacer nada” puede ser una fuente de satisfacción. La anticipación del descanso reduce el cansancio y aumenta la concentración.
Desconfían de la “fuerza de voluntad”
Cambian sus hábitos a partir de la repetición frecuente de sus acciones, porque saben que es mucho más eficaz para modificar comportamientos que la mera “fuerza de voluntad” (lo que en sí no tiene sentido, porque no parece lógico necesitar una fuerza especial cuando se desean hacer cosas).
Foto: The Morgue File